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dos sonidos de su lira, según cuenta la misma fábula. Aún cuando
pueda ponerse en duda este milagro y el de Anflón, ahí están sus
Himnos de Iniciación para comprobar que antes de que hubiese prosa,
hubo un poeta. Ahí están para mayor abundamiento los mitos y las
poesías índicos, anteriores a las leyendas y a los himnos de Orfeo.
Homero y Hesiodo, su contemporáneo, que ennoblecieron el dia-
lecto jónico, resumieron en sus poemas toda la civilización de un
mundo, concretaron todo un cielo histórico, y, ensanchando los límites
del corazón y de la inteligencia, pusieron al hombre en relación con
todos los objetos de la Naturaleza de que estaba rodeado.
Sólo ochocientos años después de Orfeo, y cuatrocientos años
después de Homero y Hesiodo, apareció por primera vez la prosa en
Grecia, en el año 600 (antes de J. C.). Según algunos eruditos, el ho-
nor de esta invención correspondería a un indio llamado Bidpai; se-
gún otros, a un esclavo frigio llamado Lokman, que no falta quien
diga que es el mismo Esopo. Plinio sostiene que la gloria de la prosa
corresponde al filósofo Ferecides, y a Cadmo de Mileto la de la histo-
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ria. Otros piensan, con Strab6n, que debe darse la prioridad a Cadmo.
Ambas opiniones encontradas convienen empero en un punto, y es,
que tanto la prosa de Cadmo como la de Ferecides, su contemporáneo,
eran todavía una imitación del lenguaje poético, consistiendo toda su
innovación en romper la medida del verso.
Pitágoras, la cabeza más matemática que haya producido el mun-
do, sin excluir la de Pascal, continuó pensando en verso, y en verso
continuó hablando a sus discípulos, que en sus Versos Dorados nos ha
transmitido las lecciones de aquel gran maestro y de su inmortal es-
cuela.
Hasta la época de Platón no se acreditó la prosa entre los filósofos
griegos.
Los latinos no conocieron la prosa sino 307 años después de la
fundación de Roma, en que, con motivo de una arenga pronunciada
ante el Senado por Apio Cæcus, para excitarlo a que no hiciese alian-
za con Pirro, se introdujo el uso de este lenguaje en la vida civil.
Los árabes no escribieron en prosa hasta el siglo VI de nuestra
era, es decir, bajo la dominación de Mahoma; y en Irlanda no se hizo
uso de ella hasta el siglo XII.
Basta lo dicho para demostrar que la poesía precedio a la prosa, y
que ésta no es otra cosa en realidad, que el verso roto y descompuesto,
ajustado a otra cadencia más grave y menos vibrante.
Aquí tiene usted cómo al descomponer los versos y ensartarlos
unos tras otros, no ha hecho otra cosa que plagiar a los primitivos
prosadores, repitiendo, sin sospecharlo, uno de los pasos más gigan-
tescos que haya dado el lenguaje universal, cual es la transición del
verso a la prosa.
Pero lo que en los antiguos era un progreso, en usted es un retro-
ceso; y para demostrarle claramente esto que parecerá una paradoja,
necesito entrar en algunos detalles técnicos sobre la versificación.
En las edades primitivas era más fácil hacer verso que prosa,
porque el lenguaje métrico era para el hombre lo que el canto para el
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pájaro, en razón de que, fundándose los idiomas primitivos sobre so-
nidos imitativos, eran más sonoros, más armoniosos, más ricos en su
pronunciación, y todas sus palabras, a la manera de esas tres notas
musicales que de cualquier modo que se combinen producen una me-
lodía, de cualquier modo que se mezclasen, siempre daban por resul-
tado un verso. Eran también, si así puede decirse, más pintorescos,
pues, como lo observa un crítico español, los sonidos prolongados más
bien que articulados, de que están llenas las lenguas salvajes, parecen
más propios para conmover la imaginación pintando, que para hablar
al entendimiento definido. En tales idiomas, todo el artificio del verso
-si es que artificio había- consistía en la medida de las partes y en los
tiempos de la pronunciación. La inspiración era todo; el verbo no se
había encerrado todavía- según la expresión de Nordier - en el tubo de
una pluma.
Como, entre los antiguos, la música Y la poesía estaban identifi-
cadas, pues, según dice Strabón, hablar y cantar era lo mismo en otro
tiempo, el ritmo gobernaba a la melodía. Cada sílaba tenía un sonido y
una duración determinados, y la división de las sílabas en largas y
breves había asimilado completamente el ritmo poético al ritmo musi-
cal. Así es que en Grecia el descubrimiento de un nuevo metro daba
por resultado inmediato la invención de una nueva música, y las es-
cuelas musicales que conocemos con los nombres de dórica, lidia,
frigia, jónica y eólica, no estaban fundadas sino en la diversidad de
metros, siendo los sonidos radicales exactamente los mismos. Cada
verso estaba dividido en cierto número de compases, a que damos to-
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