[ Pobierz całość w formacie PDF ]

Al caminar lanzaba ora un lado del vientre ora el otro, y las piernas eran las que parecían seguir ese
movimiento. Habitualmente mantenía los dedos de ambas manos cruzados y sus cortos brazos apoyados
sobre su notable vientre.
Sin embargo, era amablemente culto, y su curiosidad por los textos clásicos le había incluso procurado
una justa fama de humanista. Maese Stefano, que a pesar de su amistad siempre tenía un gran respeto por
las formas, se levantó de la mesa, pero el prelado lo detuvo.
-¿Qué hacéis, maese Stefano? Por favor, sentaos aquí. -Y le pidió como cortesía que le hiciera servir un
poco de aquel caldo caliente con vino que tanto le gustaba.
Los tres estaban sentados a la cabecera de una gran mesa vacía, mientras los mozos se preparaban para
desviar hacia otra mesa, enfrente de la escalera, a los que fueran llegando a comer.
-Monseñor, vos, que venís de Nápoles, sin duda sabréis lo que está sucediendo en la comitiva  dijo
Trotti con aspecto preocupado.
-Por desgracia, lo sé. No debería saberse ni, menos aún, hablarse, pero lo he sabido. Es algo terrible,
pero cuando en un grupo hay tantas criaturas del demonio, todo es inevitable.
Y comenzó a sorber el gustoso, sustancioso y humeante caldo, enriquecido con Barbero dei Canelli y
espolvoreado con abundante queso, que le sirvieron rápidamente.
-Monseñor, ¿qué queréis decir con estas palabras tan impresionantes? -preguntó maese Stefano, con
respeto, afligido por los razonamientos del prelado y curioso como siempre.
-Bien sé lo que quiero decir; no sólo me lo han contado, sino que incluso he tenido la desgracia de ver
con mis propios ojos el comportamiento irrepetible de esas mujerzuelas de alta condición social que
forman parte del cortejo. Sean milanesas, españolas o napolitanas, siempre son mujeres y, como todas las
criaturas inferiores, fácil presa del demonio. Ciertamente, son ellas las provocadoras de las desgracias que
nos han acompañado durante todo el viaje. Ellas han favorecido las condiciones para que madurasen los
crímenes. Los Padres de la Iglesia, que se han pronunciado una infinidad de veces sobre las mujeres, las
han relegado justamente a una posición subalterna del varón y, en esencia, las han definido como
auténticos instrumentos del demonio. Tertuliano, que por lo general es benévolo con las mujeres, en el De
cultu feminarum las acusa sobre todo de haber causado la ruina de la humanidad, lo que exige por parte
de ellas una actitud de luto y de dolor penitencial para reparar su pecado original. Las mujeres deben
saber que toda su historia estará marcada por la herencia de Eva: «Mujer, debes vivir en estado de im-
putación perenne.» Eres la puerta del diablo, has profanado el árbol y has arrastrado al pecado a tu
hombre, que aunque se resistió, te ha seguido en el pecado sólo por amor a ti. Casi parecía que predicara
desde el púlpito. Según Graciano, que se remite a san Agustín, la superioridad del hombre sobre la mujer
es una verdad que no puede dar pábulo a dudas. Santo Tomás afirma que el hombre está más dotado
intelectualmente e incluso declara que el estado original de inocencia del varón y el de la mujer no eran
iguales. Orígenes, para estar completamente seguro de no tener nada que temer de las mujeres, criaturas
tan cercanas a Satanás, se castró a los veinte años de edad. Todos los Padres de la Iglesia consideran a las
mujeres el acecho del demonio y, a través de su pérfida mediación, el mundo del pecado puede incluso
infiltrarse en las asambleas de los santos. -El fervor de su arenga no le impedía, de vez en cuando, bañarse
la garganta con un buen vaso de tinto de Stradella-. Muy a propósito y según nos cuenta Gregorio de
Tours, en el Concilio de Mácon del año 585 un teólogo pidió confirmar solemnemente que a la mujer no
se le aplicase el término homo en la plenitud de su significado, y consideró necesario que la naturaleza de
la fémina fuera reconocida como intermedia entre el animal y el hombre.
-Sí, pero si no me equivoco, la tesis no fue aceptada -objetó micer Trotti, que como hombre de cultura
conocía bien la historia de los concilios.
-Eso no quita -rebatió enojado el prelado-, que los Padres de la Iglesia sigan distinguiendo entre la na-
turaleza del hombre y la de la mujer. Además, nos lo dice la Sagrada Biblia, es evidente que Dios Nuestro
Señor, tomando una costilla del hombre para crear a la mujer, ha querido indicar que ella es un brote del
varón y, por tanto, no es del todo humana: sólo una pequeña parte, la que proviene del hombre, lo es. Por
eso, los Padres mantienen que la hembra es inferior al varón y, como tal, es presa de las más turbias y
fáunicas pasiones, a las que intenta arrastrar también a los hombres. El Creador ha establecido una escala
de valores y el hombre está en el vértice. El demonio actúa casi siempre a través de las féminas, porque
sabe que son presas más fáciles, en cuanto menos cercanas a Dios.
El Diplomático daba claros signos de desacuerdo.
-Lo siento, querido monseñor, pero pienso que puede darse una interpretación distinta de las palabras
del Génesis.
Un sincero estupor se dibujó en la carota del Limosnero. Su gargüero temblaba por la indignación y al
final estalló:
-¿Cómo es posible que alguien ose dar una interpretación de la Sagrada Biblia distinta de la de los Pa-
dres de la Iglesia? ¡Bien sabéis, micer Embajador, que ésta es de por sí una herejía!
Tales discusiones eran frecuentes entre ambos porque, a menudo, Trotti se divertía azuzando al Gran [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • agnos.opx.pl
  •