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 ¿Cómo se las han arreglado para encontrarme?  preguntó finalmente.
 Supongo que los teléfonos de tu casa están intervenidos y que han instalado micrófonos en tu coche. Y
supongo que también lo han hecho en el coche de Smith Keen. Esos individuos no son aficionados.
TREINTA Y SEIS
Pasó la noche en la habitación catorce del último piso, pero durmió poco. El restaurante abría a las seis y
bajó a hurtadillas para tomar un café, antes de regresar discretamente a su habitación. El hotelito era antiguo y
singular, formado por tres casas unidas entre sí. Había pequeñas puertas y estrechos pasillos por todas partes. Su
ambiente era atemporal.
Sería un día largo y pesado, pero estaría siempre junto a ella y lo esperaba con ilusión. Había cometido un
error, grave, pero ella le había perdonado. A las ocho y media en punto, llamó a la puerta de la habitación
número uno. Darby la abrió y cerró rápidamente, después de que entrara.
Vestía de nuevo como una estudiante de Derecho, con vaqueros y camisa de franela. Después de servirle un
café, se sentó junto a la mesilla, donde el teléfono estaba rodeado de notas.
 ¿Has dormido bien?  preguntó Darby, pero no por cortesía.
 No.
Gray arrojó un ejemplar del Times sobre la cama, que él ya había hojeado sin encontrar nada.
Darby cogió el teléfono y marcó el número de la facultad de Derecho de Georgetown. Escuchó y, sin dejar
de mirar a Gray, dijo:
 Con la oficina de empleo, por favor. Sí, soy Sandra Jernigan  agregó después de una prolongada pausa ,
uno de los socios de White & Blazevich, y tenemos problemas con nuestros ordenadores. Estamos intentando
reconstruir una lista de pagos y el departamento de contabilidad me ha pedido que les pregunte por los nombres
de sus estudiantes que trabajaron para nosotros como pasantes el verano pasado, creo que fueron cuatro. Sí,
Jernigan, Sandra Jernigan  repitió al cabo de unos segundos . Comprendo. ¿Cuánto tardarán? Y su nombre es
Joan. Gracias, Joan.
Darby cubrió el auricular y respiró hondo. Gray la miraba atentamente, con una sonrisa de admiración.
 Sí, Joan. Eran siete. Nuestros ficheros son un lío. ¿Tiene sus nombres y números de la seguridad social?
Los necesitamos por cuestiones de impuestos. Por supuesto. ¿Cuánto tardarán? De acuerdo. Uno de nuestros
mensajeros está en su zona. Se llama Snowden y pasará dentro de treinta minutos.
Gracias, Joan.
Darby colgó y cerró los ojos.
 ¿Sandra Jernigan?  preguntó Gray.
 Soy muy mala mintiendo.
 Eres maravillosa. Supongo que el mensajero soy yo.
 Puedes pasar por mensajero de un bufete. Tienes aspecto de un ex estudiante de Derecho que ha colgado la
toga.
Y en cierto modo bastante atractivo, pensó para sus adentros.
 Me gusta la camisa de franela. .
 Hoy podría ser un día muy largo  dijo Darby, después de tomar un largo trago de café.
 De momento todo va bien. Recojo la lista y me reúno contigo en la biblioteca. ¿No es eso?
 Sí. La oficina de empleo está en el quinto piso de la facultad. Yo estaré en la sala trescientos treinta y seis.
Es una pequeña sala de conferencias en el tercer piso. Sal tú primero y coge un taxi. Me reuniré allí contigo
dentro de quince minutos.
 Sí señora  dijo Gray de camino a la puerta.
133
Darby esperó cinco minutos y salió con su bolsa de lona. El camino en taxi era corto, pero lento con el
tráfico de la mañana. Vivir como una fugitiva era penoso, pero actuar al mismo tiempo como detective era ya
demasiado. Hacía cinco minutos que viajaba en taxi, cuando se le ocurrió que talvez pudieran seguirla. Y quizá
era preferible. Puede que una jornada intensa como periodista investigadora le ayudaría a olvidar a Tocón y a los
demás esbirros. Trabajaría hoy, mañana, y el miércoles por la noche estaría en alguna playa. Empezaría por la
facultad de Derecho de Georgetown. Si resultaba ser un callejón sin salida, probaría la de George Washington. Si
el tiempo lo permitía, probaría la American University. Tres intentos y se largaría.
El taxi paró frente a McDonough Hall, al pie de la mugrienta colina del Capitolio. Con su bolsa y su camisa [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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