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etcétera. Pídale ayuda, la Guardia Nacional. No sé cómo funcionan ahora las
cosas de la ciudad, lo único que sé es que los que le tenían aterrorizado, han
muerto. Han muerto los que sabían de usted tanto como para tenerle atado de
pies y manos. Debe haber muchos chicos ambiciosos tratando de ocupar las
vacantes. Cuantos más mejor, así podrán hacerse con todos los ladrones de
guante blanco, mientras dure el caos. Y no creo que los chicos sepan
demasiado sobre usted.
- Haga que el alcalde, o el gobernador, según el terreno de que se trate,
licencien a todos los policías de Personville y que mientras tanto, la Guardia
Nacional se haga con la situación. Sé que el alcalde y el gobernador le
obedecerán. Así que hágalo. Es posible hacerlo, y se va a hacer.
- De esta manera volverá a ser dueño de una ciudad limpia, dispuesta a irse al
infierno a la primera oportunidad. O lo hace, o le doy las cartas a los lobos de la
prensa; y no me refiero a los pacíficos del Herald, sino a los de las
asociaciones de periodistas. Las cartas las tenía Dawn. Lo va a pasar muy mal
explicando que no le contrató para que las buscara, y que él no la mató para
que se las entregara. Estas cartas son una bomba. Creo que no me he reído
tanto desde que a mi hermanito se lo comió un cerdo.
Me callé.
El viejo temblaba, pero no de miedo. Su cara había recobrado el color habitual.
Abrió la boca y gruñó:
¡Délas a la publicidad y púdrase!
Las saqué del bolsillo, las tiré sobre la cama, me puse en pie, me encasqueté
el sombrero y dije:
Daría una pierna por poder creer que a la chica la mató alguien al que usted
mandó a buscar las cartas. No se puede imaginar cómo me gustaría acabar
con esto mandándole a la cárcel.
No cogió las cartas, pero dijo:
¿Es cierto lo que me ha contado de Thaler y de Pete?
Sí, pero es igual. Ya habrá quien le arregle las cuentas.
Tiró de las sábanas para apartarlas y se vieron sus piernas embutidas en el
pijama y sus pies rosados.
¿Tiene usted suficiente coraje gruñó para aceptar el puesto que ya le
había ofrecido en otra ocasión... el de jefe de policía?
No. Perdí las fuerzas luchando por usted mientras usted se quedaba en la
cama tramando nuevas formas de mostrar que no tenía nada que ver conmigo.
No quiero ser su niñera.
Me miró indignado, pero pronto acudieron al quite las arruguillas de la astucia.
Inclinó la cabeza envejecida y dijo:
Si le da miedo el cargo es que usted mató a la chica.
Una vez más le deseé que se fuera al infierno, cuando me marchaba.
El chófer, que continuaba con el taco de billar en la mano me miró amenazante
cuando me lo encontré al pie de la escalera y me llevó hasta la puerta con una
expresión provocante. No hice caso a la provocación. Cerró de un portazo
cuando hube salido.
La calle estaba envuelta en un amanecer gris.
Había un cupé negro debajo de los árboles, calle arriba. No vi si estaba
ocupado. Por si acaso, caminé en dirección contraria. El coche me persiguió.
Es inútil correr delante de un coche. Me paré y esperé. Aparté la mano de la
cadera al ver a Mickey Linehan tras el parabrisas.
Me abrió la portezuela.
Me imaginaba que vendrías por aquí me dijo apenas me senté junto a él ,
pero llegué un par de segundos tarde. Te vi entrar, pero no pude alcanzarte.
¿Cómo te fue con la policía? pregunté . Cuéntamelo todo mientras
conduces.
Yo no sabía, ni me podía imaginar el asunto que tenias entre manos, había
venido por casualidad a esta ciudad y te encontré. Viejos amigos, y todo eso
que suele decirse, todavía no habían dejado de interrogarme cuando empezó
el tiroteo. Estaba en un cuartito frente a la sala de juntas. Salté por una ventana
interior.
¿Cómo acabó el circo? pregunté.
Los policías cargaron con fuerza. Les habían dado el soplo media hora antes
y habían tomado posiciones en las alturas con sus agentes especiales. Al
principio la cosa marchó bien, pero los de la policía también recibieron lo suyo.
Creo que fueron los muchachos del Susurro.
Sí. Reno y el Finlandés discutieron esta noche. ¿Lo sabías?
Oí decir que tuvieron una reyerta.
Reno mató a Pete, Pero le tendieron una emboscada cuando huía. No sé
qué pasó después. ¿Has visto a Dick?
Me dijeron en su hotel que se había marchado, que cogió el tren de la noche.
Le dije que regresara le expliqué . Creía que yo había matado a Dinah.
Me atacaba los nervios.
¿Qué más?
¿Te refieres a si la maté yo? No lo sé, Mickey. Trato de averiguarlo. ¿Te
quieres quedar a mi lado, o prefieres seguir el camino de Dick a la costa?
No le des tanto bombo a un condenado asesinato que lo más seguro es que
tú no lo llevaste a cabo. ¡Vamos, hombre! Está claro que no le robaste a la
chica.
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